La figura del enterrador a menudo la relacionamos con aquellos hombres de negro, con chistera en algunos casos, siniestros, oscuros, aislados, delgados hasta el extremo, que en espera de un duelo o a sabiendas de que el paisano es cuestión estaba en las últimas; allí, metro en mano, sin esperar y esperando la llegada de la muerte, tomaban medidas al “agraciado”. Coche negro, caballos del mismo color… Todo era negritud, miedo y muerte. Así nos lo pintaban y así se veían en cine y televisión.

Los años pasan y los oficios también, pero la muerte no. Y así la figura del enterrador se mantiene aunque muy distinta a aquellas que hemos visto en la ficción. Además, también ha cambiado con el paso de los años en los pueblos de la zona. Antes, “en Medina de Rioseco, el sepulturero vivía en el propio campo santo junto a su familia e incluso los niños jugaban en el lugar”, explica el encargado del cementerio de Medina de Rioseco, Julián Rodríguez. Incluso “las hijas se casaban en la capilla del propio espacio”, recuerda el maestro de obras riosecano, Juan José Delgado.

También, en Medina de Rioseco “hasta hace varios años el enterrador subía solo para realizar el enterramiento y era la familia la que ayudaba””, comenta el responsable del cementerio. Ahora, “siempre suben cuatro operarios, debidamente uniformados, que recogen el cadáver en la capilla, lo porta hasta la sepultura y realizan todos los trabajos hasta que queda cerrada la lápida”, explica la concejal de Medio Ambiente del Ayuntamiento, Mercedes Fernández.

En Villafrechós, “el anterior enterrador solía tener siempre picadas dos o tres sepulturas por si había alguna emergencia”, afirma el enterrador de Villafrechós, Jesús Cubero.

Asimismo, a pesar de que la población está más envejecida y hay menos gente en nuestros pueblos “la tendencia en cuando a enterramientos no ha variado”, comenta Jesús Cubero. “No hay una tendencia fija, aunque como venga un invierno duro, al haber en el pueblo personas mayores con una salud delicada hay mas muertes y puede haber más de un enterramiento en una semana”. En este sentido, el enterrador de Villabrágima, Amando Martín, recuerda que “en 2005 hubo muchos más enterramientos de lo habitual, alrededor de 40, algo que no ha vuelto a suceder”. En Medina de Rioseco sí existe una tendencia más regular y “solemos tener unos 40 enterramientos al año”, dice Julián Rodríguez.

En la ‘Ciudad de los Almirantes’ “alrededor del 80 por ciento de las personas que reciben sepultura en el cementerio municipal son vecinos de la ciudad mientras que el restante no son de Rioseco o tienen un lazo muy lejano”, apunta Juan José Delgado. “Vienen a enterrar aquí porque es más barato que en Valladolid capital o pueblos como Medina del Campo o Laguna de Duero”. Y es que “en los últimos años se mira mucho el aspecto económico ya que la diferencia en el precio de las tasas es abismal. En este sentido, Mercedes Fernández explica que “las tasas son adecuadas al servicio que se presta en la actualidad”. En lo referente a los precios se tiene en cuenta “la asignación del espacio, ya sea sepultura o nicho”. Además, también se valora “la tasa de los servicios del enterramiento”. Por ello, “tenemos que recordar en Rioseco se entierra todos los días, no es normal en otras localidades, y en cualquier horario que demande el ciudadano, ya sea mañana o tarde”.

La principal tarea de los responsables de los cementerios es el enterramiento. “Cuando el cuerpo sube por el camino toca la campana, el fin no es otro que avisar a aquellas personas que están en el cementerio de que va a haber un enterramiento y que deben tener un respeto”, dice Juan José Delgado. Antes “los trabajadores del Ayuntamiento ya llevamos en el campo santo una hora y media o dos para tener todo preparado”, comenta Julián Rodríguez. Antes, “la sepultura ya debe estar hecha; se tarda en picar una sepultura una mañana perfectamente; se puede sacar un metro de tierra, que luego hay que echarla de nuevo”, explica Jesús Cubero. En el caso de que sea una sepultura antigua “el proceso consiste en quitar la lápida, limpiar la sepultura y hacer exhumación de restos en caso de que sea necesario”, añade Julián Rodríguez.

El enterrador de Villabrágima asegura que “la parte más dura es cuando llega la familia al cementerio”. Y es que “mientras los seres queridos de la persona fallecida están en el tanatorio la situación es más llevadera pero una vez que cruzan la puerta del campo santo la situación es dura”, asevera Jesús Cubero. “Aunque ahora esta parte del trabajo ya no se me hace tan difícil como en mis primeros años  el sufrimiento de los otros siempre afecta; al fin y al cabo siempre conoces a la persona a la que se entierra, al ser un pueblo pequeño”, añade Amando Martín.

Pero sin duda “lo más duro en enterrar a gente joven o un niño, algo que nos ocurrió hace varios años”, señala el también operario del Ayuntamiento de Rioseco Jesús Calvo. Una situación que “se lleva lo mejor que se puede pero siempre te pones nervioso”, añade.

Asimismo, “las exhumaciones también son una parte muy desagradable del trabajo”, afirma el encargado del cementerio de Rioseco. “Normalmente esta tarea, que hacemos normalmente cada dos meses, se lleva a cabo porque la sepultura está llena y levar a cabo reducciones”.

Regularmente “las exhumaciones no se pueden llevar a cabo hasta que no hayan pasado un mínimo de 10 años tras el enterramiento”,  explica Juan José Delgado. “Si el cadáver se saca con menos tiempo aún está en proceso de descomposición”. Además, “si la persona es joven al tener más tejido muscular tarda más en descomponerse”.

En relación al momento de destapar una sepultura, Amando Díez recuerda como anécdota una ocasión en la que “al quitar la lápida la caja estaba destapada”. La posible causa tenía que ver con que “antes los panteones se llenaban de agua por la cercanía del regadío, que antes no estaba canalizado; posiblemente el ataúd flotó y se destapó”. En otra ocasión “un vecino nos pidió, tras fallecer su madre, que iba a  ser enterrada junto a su padre, que recuperáramos un reloj de bolsillo éste; el reloj sólo tenía una mota de óxido y luego funcionaba”.

Además, los encargados del cementerio “también se encargan de las tareas del cuidado de los paseos, la retirada periódica de flor, la poda y mantenimiento del árbolado  -ciprés en su mayor parte-, la limpieza entre las sepulturas y mantenimiento de la capilla”, comenta Mercedes Fernández. En este sentido, el enterrador de Villafrechós añade que “en esta época solemos echar herbicida porque es un momento en el que pueden aparecer muchos hierbajos, luego ya con el invierno es más difícil que aparezcan”.

Uno de los mayores problemas es “que hay sepulturas muy antiguas, incluso sin fecha, que están desatendidas al no haber ya familiares que las visiten”, explica Jesús Cubero.  “Es un asunto complejo a nivel administrativo, pero también personal y familiar”, dice la concejal de Medio Ambiente de Rioseco “. El cementerio de la ‘Ciudad de los Almirantes’ “data de mediados del siglo XIX, momento que con la llegada de las obras de finalización del Canal de Castilla a se tiene que trasladar el cementerio que estaba ubicado en lo que hoy es el Parque y la dársena a la ubicación actual”. Desde ese momento “miles son los riosecanos enterrados en lo que fue el cementerio original; desde el consistorio se hace un mantenimiento medioambiental de la zona, sin intervenir en las sepulturas, alguna de ellas en muy mal estado debido al abandono o incluso desaparición de familias”. Así, “cuando se conoce a la familia se comunica la situación y alguna se ha arreglado pero en muchos casos no se conocen datos de los descendientes por lo que es muy difícil su gestión”.