Al contrario de otros pueblos de colonización, la Santa Espina ha sobrevivido bien al paso del tiempo
Cuando llegaron a La Santa Espina, poco antes de 1957, se encontraron un pueblo a medio terminar. Todos estaba patas arriba, las casas no se habían entregado y la gente que ya trabajaba en las parcelas vivía en barracones.
Así son los recuerdos de los inicios de este pueblo de colonización de Ignacio San José, que llegó con 22 años desde Torrelobatón a un lugar que siente como propio.
La Santa Espina fue uno de los pueblos que el Instituto Nacional de Colonización creó con el fin de contribuir al desarrollo agrario. Este ente había adquirido en 1953 las fincas de La Santa Espina y el Tenadillo de los herederos de Doña Susana de Montes y Bayón, viuda del marqués de Valderas. Ocupaban una superficie total de 3.804 hectáreas.
El verdadero impulsor fue el ministro de Agricultura de aquel momento, Rafael Cavestany y Anduaga. Sobre el año 51 la iglesia del Monasterio “se encontraba en muy mal estado y su tejado se venía abajo”, comenta Ignacio San José. Éste fue el punto de partida. En aquel momento, Cavestany “pasaba mucho tiempo en estas fincas y tenía muy buena relación con los religiosos”. Por ello, “le pidieron al político ayuda para mejorar el estado del templo”. El ministro accedió, “pero con la condición de hacer una escuela de capataces en el Monasterio”.
Así, Rafael Cavestany “pone en marcha la Escuela de Capacitación Agraria, que realmente ya funcionaba bajo gestión de los propios frailes y en la que estudiaban los huérfanos de los labradores”. En ese momento, se levantaban en España los pueblos de colonización, y el ministro, por cercanía, decidió crear, lo que sería San Rafael de La Santa Espina, en honor a su fundador. Si bien, pasaría a denominarse simplemente La Santa Espina cuando se constituye como Entidad Local Menor dependiente del Ayuntamiento de Castromonte en 1980.
Cavestany llevó a cabo labores de desmonte, desfonde, despedregado, roturación y repoblación de pinos. Además, construyó un sistema de riego para las tierras del valle que constaba de una presa de tierra de 60.000 metros cúbicos, ocho pozos con sus respectivos estanques y una red de acequias de 14.800 metros. También se construyeron 35 kilómetros de caminos para el acceso a las fincas, nuevas parcelas y lotes de colonización. En aquellos años “dio mucha mano de obra y se establecieron unos barracones, en los que la gente descansaba a diario hasta que en el fin de semana regresaban a sus pueblos”, explica Ignacio San José.
Las viviendas
Las obras de las viviendas arrancaron en 1955 en la carretera que une La Santa Espina con San Cebrián de Mazote. En total, se levantaron 50 viviendas. “Una veintena de ellas eran para agricultores, de unos 500 metros”, explica San José, que accedió a una de estas construcciones como trabajador. Las 30 restantes “eran para obreros, más pequeñas, de 100 metros”.
Isidro San José vivió su infancia desde los 12 años en una casa para agricultores junto a sus seis hermanos y padres, con los que había llegado un año antes a La Espina desde Torrelobatón. Después, cuando se casó, pudo acceder a otra vivienda, en esta ocasión, de obrero. Las diferencias entre unas y otras eran notables. “La casa de un colono tenía cuatro dormitorios amplios, salón-comedor y cocina, si bien no tenían baño, que realmente se encontraba en el corral; además, contaba con un patio de 500 metros, cuadra y granero”. Por su parte, la de obrero “era más pequeña y un mismo espacio hacía de comedor, salón y cocina y había sólo dos habitaciones y un pequeño patio”.
Un año antes de que el Gobierno entregara las viviendas, la familia San José llegó a La Santa Espina para trabajar las tierras. “Como no nos habían dado la casa, si bien todas ellas estaban construidas, vivíamos en una de las cuadras, junto a los animales”, recuerda Isidro.
Unas tierras, que formaban parte de un lote –junto a la vivienda- que incluía “34 hectáreas de secano y dos de regadío”, comenta Ignacio San José. En cambio, en el de los obreros había tan sólo un huerto de 32 hectáreas”.
Para acceder a estos lotes “la condición principal era ser agricultor y tener familia numerosa”, afirma Ignacio San José. Además, “las familias debían proceder de pueblos que limitaban las fincas, y que fueron San Cebrián de Mazote, San Pelayo, Barruelo, Torrelobatón , Peñaflor de Hornija y Castromonte”, añade.
Las tierras «debían pasar de padres a hijos, en concreto, al mayor”, dice Isidro San José. “En mi caso, fui yo el único de mis hermanos que se quiso dedicar a la agricultura, por lo que tomé las tierras a pesar de ser el segundo más pequeño”.
Las casas “las podíamos pagar en 30 años, pero eran un ‘regalito’, por lo económicas que resultaban”, reconoce Ignacio San José
También, se edificaron el Ayuntamiento, las Escuelas y las viviendas del Párroco y Acción Católica. Posteriormente se acometieron las obras complementarias y “llegaron las primeras fuentes y por fin las casas contaron con agua corriente”, señala Fortu Espinilla, que llegó junto a sus padres y dos hermanos con sólo siete años desde Castromonte.
Visita de Franco
Las obras finalizaron en 1957, hace 60 años. Francisco Franco hizo la entrega oficial el 29 de octubre de 1959. Isidro San José recuerda los muchos escoltas que acompañaron al caudillo, el recorrido que hizo por el pueblo y su visita a una de las viviendas. “Se mostró cercano con los vecinos”, reconoce el colono. Años después, los entonces príncipes de Asturias, Don Juan Carlos y Doña Sofía, también visitaron La Espina.
En los primeros años “ganamos un dineral con la remolacha, todos en la casa trabajábamos en las tierras y vivíamos bien”, afirma Isidro San José. Además, en estas tierras se cultivaba patata y alfalfa, que “si la familia tenía ganado también se aprovechaba para su alimentación”.
Los colonos “sembraron todo el valle dice Ignacio San José-, se construyeron pozos con estanques y se hizo una detención en el pantano, de manera que recogía agua en invierno para regar en verano”. Y es que “tener una casa en La Espina era un lujo, porque en los pueblos de Tierra de Campos era difícil vivir de la agricultura, y aquí sí se podía”. Si bien, entre los obreros, “trabajábamos familias enteras para mal comer”.
En esos años “las calles de los pueblos estaban llenas de niños, ya que en el colegio, seríamos unos 40”, recuerda Fortu Espinilla. Allí, “estudiábamos hasta los diez años, para seguir con nuestra formación en Monasterio hasta los 14”.
El ocio “consistían en acudir al bar a charlar un rato, los bailes que había a veces por las noches y otros actos con los que nos entreteníamos”, comenta Ignacio San José
El campo se moderniza
Cuando pasan los años y el campo se moderniza ya no hubo suficiente trabajo en el campo. Entonces, el Monasterio dio trabajo a mucho de los vecinos de La Espina. Ignacio San José y Fortu Espinilla comenzaron a trabajar como cocineros mientras que Isidro San José lo hizo en la vaquería.
También para trabajar como vaquero, llegó el padre de Fernando Martín en las navidades de 1964 desde la provincia de Ávila. Fue el último de siete hermanos y el primero en nacer en La Santa Espina, en 1965
Recuerda esos años 60 y 70 como “muy bonitos”. Su familia vivía en el ‘Barrio Escondido’, un espacio de casas dentro del Monasterio. Allí, “jugábamos a civiles y ladrones pero el entorno nos permitía hacer de todo; íbamos a pescar cangrejos, construíamos cabañas, o jugábamos al fútbol”.
Un futuro por delante
Ahora, “todo ha cambiado mucho y dormimos a diario en La Santa Espina unas 70 personas, un número similar al que habitábamos en aquellos años tan sólo el ‘Barrio Escondido’”.
Además, “apenas hay niños, tan sólo cuatro”, afirma Martín. “Tengo dos hijos, de 12 y seis años, y a veces me da pena que no puedan jugar en La Santa Espina con otros de su edad, excepto en verano, que hay muchos más”. Si bien, “no tienen ningún problema de socialización, ya que cada día un autobús los lleva al colegio en Torrelobatón y acuden a actividades extraescolares en Medina de Rioseco, allí se relacionan con otros niños y tienen sus amigos”.
Pero el pueblo “no hay ido a menos, como ocurre con otras localidades de colonización”, asevera Isidro San José. “El ayuntamiento trabaja bien, el pueblo está muy bonito y cuidado y se han llevado a cabo políticas para atraer turistas”, añade Fernando Martín.
Y es que “hemos conseguido rejuvenecer”, afirma el alcalde de La Santa Espina, Luis Miguel Puerta. “Hemos logrado poner al pueblo en el mapa y el futuro es prometedor”. Si bien es cierto que “hemos perdido población, ha sido mucho menor en comparación a otros municipios castellanos”.
La Entidad Local Menor “cuenta con mucha actividad y vida”, dice Puerta. Además, “ofrecemos un turismo diferente, ya que si una persona quiere ir al monte, o va a la periferia de Castilla y León, o se acerca a la Santa Espina”. Y es que “no hay un ecosistema como el nuestro que se enclave en el centro de la región”.
Un “entorno diferente”, dice el que fuera jugador y capitán del Real Valladolid durante una década, Álvaro Rubio. Lo que animo al deportista a comprar una vivienda en la villa y convertirse así en el ‘último colono’.
El municipio “nos acogió muy bien y hay un ambiente muy sano, nos sentimos orgullosos de formar parte de La Santa Espina”. Tal es así, que “parece que llevemos muchos más años de vida en el pueblo”, añade.
El deportista aprovecha las vacaciones o cuando sus hijos no tienen colegio para disfrutar de todo lo que ofrece la pedanía. “Llevamos una vida muy tranquila, estamos en casa, realizamos rutas o vamos un rato al Restaurante ‘El rincón del Labrador’.
Y es que en La Santa Espina también hay emprendedores. Fernando Martín, tras vivir y trabajar varios años en Isla (Cantabria) decidió poner en marcha el Restaurante ‘El Rincón del Labrador’ hace 12 años. “Eran muchos los que se acercaban a conocer el Monasterio y no se quedaban en el pueblo porque no tenían en donde comer, así que me animé a poner mi propio negocio”.
Desde entonces, “el viento ha soplado a favor”, asegura el emprendedor. “El ayuntamiento ha fomentado mucho el turismo, se creó la Villa del Libro en la vecina Urueña y se construyeron los molinos, que atrajeron trabajadores”.
Un espacio bien conocido en la comarca y fuera de ella gracias a sus caracoles, pichones, carne a la piedra o sus diferentes jornadas gastronómicas, lo que ha también ha dado a conocer aún más a La Santa Espina”.
Una oferta gastronómica muy diferente a la de aquellos primeros años de La Santa Espina. “Comíamos patatas y huevos y los domingos arroz blanco”, explica Fernando Martín. Además, “el pan se guardaba de un día para otro y la Fanta naranja la iba rellenando de agua para que me durase un mes entero”, añade el nacido en La Espina.
Un año de celebraciones
Ahora, “llega el momento de calentar motores para celebrar estos 60 años de La Santa Espina como se merece”, asevera Luis Miguel Puerta. Tras la Semana Santa y con la llegada de San Isidro “realizaremos diferentes actividades lúdicas, deportivas y culturales.
Un pueblo, La Santa Espina, “que todos sienten como suyo y parte de su vida, a pesar de que los colonos que aún viven en la villa nacieran en otros pueblos”, comenta el edil.