La decisión del Ministerio para la Transición Ecológica de elevar la protección del lobo y restringir su caza en todo el Estado –tomada unos meses después de que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea instara a España a garantizar pervivencia del depredador ibérico– ha soliviantado a los agricultores y ganaderos españoles, que se oponen rotundamente a esta postura.

Galicia, Cantabria, Asturias y Castilla y León son las principales damnificadas. Por una parte, porque al sur del río Duero la caza del lobo ya estaba prohibida. Por otra, porque según denuncian las cuatro autonomías, sus territorios albergan el 98 por ciento de la población lobera de España, y tiene importantes repercusiones para la ganadería extensiva. Porque este cánido «puede convivir con el ganadero, pero no en las condiciones que se imponen, porque en el caso de nuestra Comunidad la cantidad de ejemplares es brutal», asevera el coordinador de la Unión de Campesinos de Valladolid (UCCL), Valentín García. El grueso de granjeros y pastores se oponen a la inclusión del lobo dentro del Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE) porque la presencia de este mamífero «es incompatible con la ganadería extensiva porque la cantidad de lobos se ha multiplicado en los últimos años en la región, sobre todo en las provincias de Zamora y Ávila».

¿Pero a qué se debe este supuesto incremento en el número de estos cánidos? Para Valentín García «se están dando unas condiciones ambientales muy favorables para ellos». Un aspecto que tiene que ver especialmente con la caza, porque «ahora la gente ya no realiza esta función por necesidad; pero sí por ocio, que por cierto resulta muy caro, a lo que se suman las enormes exigencias». Todo ello se traduce en que la presencia de cazadores «se haya reducido al 50 por ciento; sin olvidar, que hay menos gente en el campo a causa de la despoblación». Distintos factores que «hacen que no solo haya más lobos, también se ha incrementado la presencia de jabalíes, corzos e incluso buitres, que han comenzado a atacar al ganado».

Sin embargo, el biólogo Javier Talegón considera que «no es correcto hablar de un aumento poblacional».Si bien es cierto que la preservación de la especie refleja la importancia patrimonial, social y ambiental del depredador «debemos ser rigurosos y recurrir a los datos y evitar sacar conclusiones con las percepciones». De esta manera, «si comparamos los números disponibles en la primera estimación nacional realizada en 1988-1989 con los datos que se manejan actualmente, no hay motivos para ser optimistas»; porque a decir verdad «a finales de los 80 se detectaron unas 300 manadas de lobos en España, las mismas que se estiman en la actualidad».

En este sentido, Javier Talegón aboga por de una reflexión inicial que no se debe olvidar: «los lobos se repartían por toda España hasta hace poco más de un siglo; en cambio, ahora se distribuyen solo por el 25 por ciento del país -en el cuadrante noroccidental-, pero han desaparecido del resto del territorio». Y a pesar de que se han formado algunas nuevas manadas que han recolonizado zonas de Ávila, Segovia o Madrid, «debemos decir que en los últimos diez años, la población de Valladolid y la de Campos y de Montes Torozos se ha reducido a la mitad, al igual que la de Burgos». Sin olvidar que «es muy raro ver lobos en Salamanca, Soria o el País Vasco, en donde han desaparecido como reproductores en los últimos tiempos». Así pues, «la población actual de lobos en España está estancada en términos numéricos y además, la fragmentación de su hábitat por las infraestructuras de transporte es mucho mayor que hace 20 años».

Así pues, prohibir la actividad cinegética de este mamífero «supone un balón de oxígeno para la conservación de esta especie; porque se van a limitar las dos principales causas de mortalidad, que son la propia caza legal, el furtivismo, el uso de lazos o el empleo del veneno», comenta el biólogo. Gracias a esta propuesta  «se van a reducir los daños al ganado en numerosas zonas, ya que la captura de lobos desestructura su organización social durante la caza y desemboca en que estos animales recurran a depredar animales más ‘fáciles’, como el ganado». Así pues, favorecer la supervivencia de todos los ejemplares de la manada beneficia las funciones ecológicas de los lobos en muchos ecosistemas, de forma que se eliminan animales enfermos o limitando el crecimiento numérico de los herbívoros».

Muchos científicos «han alertado de la necesidad de que esta población crezca numéricamente, aumentando de esta manera su diversidad genética y consecuentemente, las adaptaciones a la supervivencia a largo plazo». En cambio, «el modelo actual basado en la caza limita constantemente esas necesidades».

En cambio, el cazador riosecano y responsable de la Rehala Churrero, José María García, asevera que «prohibir la caza del lobo es un grave error, porque va provocar el efecto contrario, que se abatan un mayor número de ejemplares, de manera furtiva». Hay que tener en cuenta que algunos pueblos imponen altas tasas por sus precintos, algo que «supone unos ingresos importantes para esos núcleos, y por ese mismo motivo sus vecinos cuidan a estos animales, a pesar de que puedan causar daños a la ganadería; sin ningún tipo de retribución económica crecerán los envenenamientos, cepos y lazos».

Uno de los ganaderos del territorio que ha alertado de una mayor presencia del lobo en el territorio es José Luis Collantes. En su pueblo, Aguilar de Campos «se ha visto la presencia de cinco ejemplares desde verano, incluso dentro de las calles del casco urbano». Su temor tiene que ver no solo con los ataques a las explotaciones, también con una situación que «de seguir así, no se debe descartar que se puedan acercar a los propios vecinos del pueblo».

Para el ganadero aguilarejo «la protección de una especie no puede ir de la mano del miedo de las personas que vivimos en los pueblos, a la vez que no debe tener coste para un sector concreto, en este caso la ganadería, que ya está bastante dañada». A ello, se suma que «las indemnizaciones son insuficientes». La póliza, «cubre el valor del animal que ha sido atacado, pero no tiene en cuenta los efectos, como son los efectos del estrés, que repercuten en una menor producción y abortos en los días siguientes».

AYUDAS PARA PREVENIR ATAQUE

Las alternativas a las escopetas son antiguas y conocidas. El empleo de mastines por parte de pastores tiene unos efectos significativos a la hora de reducir el número de asaltos por parte del lobo. En 2015, un informe de la Comisión Europea estimaba que los granjeros de vacuno que disponen de perros para vigilar sus rebaños sufren cerca de un 20 por ciento de ataques menos que aquellos que no los tienen. Sin embargo, la crianza de estos cánidos viene acompañada de una elevada factura económica que muchas veces los pastores no puede pagar. Es por ello que ahora, con la inclusión del lobo dentro del LESPRE y asumiendo que el número de poblaciones aumentarán, reclaman que las administraciones contribuyan a que los profesionales del campo puedan disponer de estos perros guardianes.

En este sentido, Javier Talegón señala que «proteger los ganados supone múltiples ventajas». Tal es así que «se reduce la conflictividad, limita -en ocasiones totalmente- la vulnerabilidad de los rebaños y además, es una medida pacífica, que además está muy bien aceptada socialmente». Algunos ganaderos profesionales de la zona de Campos y Torozos llevan décadas demostrando que la coexistencia es posible. Es el caso del vecino de Medina de Rioseco Félix Berrocal, que desde principios de los años 70 utiliza perros mastines para proteger con éxito su rebaño de ovino de los perros errantes o de los lobos. Otro estupendo ejemplo de coexistencia es el liderado por Manolo Gutiérrez, que maneja mastines para custodiar a sus vacas en la finca de La Esperanza, en Villalba de los Alcores.

Una de las personas que mejor pueden hablar del uso de mastines para custodiar las explotaciones ganaderas es José Mario Puga, pastor de San Pedro de Latarce durante 32 años. Fue hace 18 cuando recibió el ataque de un lobo, con la suerte de que no se saldó con ningún fallecimiento. A partir de entonces, «me hice con una pareja de mastines, un macho y una hembra, que dieron varias camadas que se repartieron entre explotaciones de varios pueblos de los alrededores». Sus perros, «pasaban todo el día con las ovejas, e incluso dormían con ellas, y puedo decir que son unos animales muy dóciles, perfectos para manejar el ganado y tener alejados al lobo». Sin embargo, «cada explotación tendría que contar con un buen número de mastines para asustar a un ataque múltiple de estos depredadores, algo que no es asumible a nivel económico por el ganadero». Por ello, «aboga por no prohibir por completo la caza de esta especie».

Organizaciones cinegéticas como Artemisan o la Real Federación Española de Caza (RFEC) han lamentado en un comunicado conjunto que comunidades que no cuentan con ningún ejemplar en sus territorios hayan tenido el mismo peso que aquellas que coexisten con el lobo diariamente. «Supone un nuevo abandono del Gobierno al mundo rural y se contrapone a una realidad que indica que allí donde se gestiona el lobo, su población se recupera, mientras que donde se protege estrictamente, disminuye, como es el caso de Portugal», han indicado. En este sentido, el coordinador de UCCL en Valladolid señala que esta decisión es una nueva zancadilla para el ganadero, que «es ya de por sí una especie en extinción, por la que no apuestan las personas jóvenes porque no ven solución a los problemas existentes».

En cambio, Javier Talegón afirma que el lobo se utiliza como «arma arrojadiza que aleja el foco de atención de los verdaderos problemas del sector primario, que son muchos». Tal es así que «si analizamos las debilidades globales del sector, hay múltiples amenazas que tienen mucho más peso que el lobo como los precios de mercado, las enfermedades o los intermediarios; pero el lobo ‘vende’ titulares».

La inclusión del lobo en el Lespre, «lejos de ser algo negativo para Campos y Torozos –dice Talegón- puede suponer ventajas para la seguridad vial o para la ganadería». Y es que este animal «reduce numéricamente al jabalí y esto repercute por un lado en un descenso de los daños en los maizales o cereales y además, minimiza los riesgos de accidentes de tráfico en algunas carreteras». Además, «el lobo elimina a los jabalíes o a los corzos que pudieran portar algunas enfermedades transmisibles al ganado extensivo, favoreciendo la salud de las ganaderías de la zona».