Mañana, 15 de mayo, se celebra la festividad de San Isidro, de gran importancia en muchas localidades de la zona
La gran mayoría de los pueblos de la comarca celebran el 15 de mayo las festividad de San Isidro, el santo patrono de los agricultores.
Una jornada en la que tradición, fervor religioso y gastronomía se combinan en una de las fiestas más entrañables y queridas por los terracampinos.
¿Quién era y por qué se convirtió en el patrón de los labradores? Su nombre completo era Isidro de Merlo y Quintana, y nació en torno a 1082 en el seno de una familia humilde cuando todavía Madrid era una ciudad agrícola, poco antes de que el territorio madrileño pasara a manos cristianas, y lo hizo en el Mayrit musulmán.
Los padres de Isidro, Pedro e Inés, llamaron así a su hijo posiblemente en honor a San Isidoro, el emblemático Arzobispo de Sevilla en época visigorda. Con la llegada de los cristianos, la pareja comenzó a trabajar en calidad de arrendamiento las tierras del caballero Juan de Vargas –cuyo descendiente lejano sería uno de los consejeros más destacados de los Reyes Católicos y de Carlos I–, aunque no se ha podido encontrar ninguna prueba documental fiable que respalde la vinculación de esta familia noble con la del santo.
La infancia de San Isidro trascurrió en los arrabales de San Andrés, en lo que hoy es el céntrico barrio madrileño de La Latina, pero la familia se tuvo que trasladar a a Torrelaguna, a causa de la inestabilidad militar. Allí, conoció a su mujer, María Toribia, que también alcanzaría la santidad con el nombre de María de la Cabeza y con quien tuvo su único hijo llamado Illán.
Diez años más tarde, en su regreso a Madrid, San Isidro consiguió un trabajo como labrador en las tierras de la familia Vargas y pasó a conocerse popularmente como ‘Isidro Labrador’. En su edad adulta, Isidro aparece en el códice como un humilde siervo, laico, labrador incansable, casado, padre preocupado y que trabajaba con sus propias manos en campos ajenos.
De esta época se conocen varias narraciones populares muy curiosas. La más conocida de ellas cuenta cómo sus compañeros labradores se quejaban al Patrón, Juan de Vargas, porque Isidro llegaba habitualmente tarde a su jornada. El dueño de la finca decidió comprobar esto por sí mismo y un día le esperó escondido en unos matorrales. Enorme fue su sorpresa cuando descubrió que los bueyes araban solos la parte de campo que le correspondía a Isidro y entendió este hecho como ‘un prodigio divino’.
También muy conocida es la de ‘La olla de San Isidro’. Cuenta que en una de las comidas que organizaba para los más pobres de no tuvo suficiente para alimentar a todos los allí reunidos y con simplemente introducir el puchero en la olla la comida se multiplicó ‘milagrosamente’. Otra de estas historias cuenta cómo en un año de sequía en Madrid, y ante la preocupación que Isidro sentía por las tierras de su patrón, hizo salir un chorro de agua del campo con un simple golpe de su harada y consiguió así agua suficiente para abastecer a toda la ciudad.
Siendo ya muy aciano, Isidro Labrador falleció en el año 1172 y su cadáver se enterró supuestamente en el cementerio de la Iglesia de San Andrés dentro del arrabal donde había nacido. Uno de sus milagros póstumos más famosos fue el de guiar –junto a otros santos– a las tropas castellanas en la victoria de Las Navas de Tolosa contra el ejército Almohade. Por ello, el Rey Alfonso VIII levantó una capilla en su honor en la iglesia de San Andrés y colocó su cuerpo incorrupto en la llamada arca ‘mosaica’. Y es que a pesar de haber trascurrido 40 años su cuerpo todavía ser conservaba entero y de color tan natural como si estuviera vivo. Desde entonces, el fervor del pueblo por el milagroso pocero no dejó de aumentar y su vida fue difundida de forma oral hasta que Felipe II trasladó la capital del reino a Madrid y mostró interés en recopilar su historia de forma escrita.
La leyenda que más destaca y la que le valió la beatificación sucedería cuando el rey Felipe III cayó gravemente enfermo. Le fue llevado el cuerpo de San Isidro a su estancia y este santo también de forma ‘milagrosa’. Así pues, fue beatificado el 1617 para ser canonizado tres años después por el Papa Gregorio XV.